16 marzo, 2011

Las astucias de la servidumbre-REPORTAJE A DAVID VIÑAS

Domesticación o barbarie

­En una época ­pienso en Contorno, para poner un ejemplo- hubo grandes polémicas culturales en la Argentina. ¿Qué pasa ahora? Da la sensación de que ya no hay debate, de que circula una especie de cortesía en el mundo intelectual, de que nadie quiere irritar a los otros.

­¡Ah, eso! La cautela, la cautela. Parecería que cierta cosa polémica (y esto ya lo verifiqué en España) es algo así como barbarie. ¿Qué es lo que se ha postulado y logrado aquí: una especie de domesticación del intelectual. Ya no es civilización o barbarie; es ser domesticado o bárbárbaro. ¿Está claro? Si de eso se trata, postulo una especie de barbarización del espacio intelectual. Digo, ¿no? Lo que subyace es temor a las secuelas, a...

­ ¿Perder espacios?

­...Puede ser, desde ya... perder espacios... aparecer como excesivo, perder la calidad de intelectual televisivo, de intelectual más o menos mimado. Y esto quiere decir privilegios. Privilegios indudables, ¿no? Entonces, es mejor entrar en el juego presuntamente irónico...

­... elegante.

­Por un lado. Y por otro, quizá, considerablemente, un miedo a que la cosa se exacerbe y que de la simple polémica intelectual se vaya al reconocimiento de, digamos, la guerra civil permanente. Es decir, en última instancia, no llevemos esto a zonas más graves. Yo creo que tenés razón vos: ahí aparece la cortesía. Paremos la mano, porque esto es empezar a tirar pálidas, es exacerbar la discusión, es hablar de cosas que, mejor, dejémoslas para más adelante. Ya. Está bien: enfriemos la cosa, seamos lo suficientemente educados y civilizados como para que esto no parezca algo de mal gusto.

­El mal gusto es una categoría gue hoy también se maneja con frecuencia ¿no?

­¡Ah... y cómo! Un periodista que asistió a un debate del que yo participé y que se hizo posteriormente a la representación teatral de Angelito, la obra de Cossa, después escribió en su diario: "David Viñas, enojado...". ¿Cuál era el enojo, a ver? ¿Hablar en tono alto? Y, mirá, viejo, yo tengo esta voz, qué le voy a hacer. ¿O decir que, bueno, que, efectivamente, la izquierda argentina es inepta y todo lo que quieras, pero es capaz de tomarse el pelo a sí misma en una obra de teatro? Que yo sepa, eso no lo hicieron los radicales. Ni, mucho menos, los peronistas. Ahí está: ése era el enojo. Está enojado, dicen, tiene mal gusto, está fuera de lugar. Cuando yo creo que, precisamente, el lugar del intelectual crítico... es estar fuera de lugar. Decir las cosas que no se dicen. ¿De qué estamos hablando aquí? ¿Qué es Menem? ¿A quién representa, concretamente? Porque él es mucho más explícito cuando va, por ejemplo, a la Sociedad Rural. En los años '60, hubiéramos dicho: es un funcionario que está al servicio de la Sociedad Rural y de las otras corporaciones. Hoy no. ¿Qué es lo que hay que decir? Por ahí aparece, pero siempre en paños tibios ¿no? Hablan, a lo sumo, de escandaletes. Una crítica en estado coloidal. Como leche cortada. Lógicamente, cómo vamos a pasar a paños calientes. Desde ya. Paños calientes: nos quemamos. Pues bien, así como hay que postular que el intelectual crítico está fuera de lugar, hay que postular que el intelectual crítico se quema. ¿Ante quiénes se quema?, habría que preguntar. Ahí aparecen el cinismo, las racionalizaciones fraudulentas, toda esta especie de idelogía del light ¿no?

­¿Qué pasa con el intelectual que se quema? ¿Hay riesgo de sanción?

­Inevitable, hermana. Entonces no te invitan más porque, lógicamente, sos alquien que tiene mal gusto. Creo que es un poco esto. Y cautela en función de la defensa de determinado tipo de cosas. Porque, se sabe, acá tenemos modelos, sin necesidad de echar mano de Sartre. A mayor heterodoxia crítica, mayor riesgo de sanción. Eso es Rodolfo Walsh. Está claro.

­Que no tiene prolongaciones hoy. Digo: Rodolfo Walsh.

­Y claro... porque aparece la muerte ¿eh? Y de eso la gente no quiere hablar. Desde ya. Aparece esa zona inquietante en la que Rodolfo Walsh metió la mano. Muy simple. En lo esencial es esto. Cómo operan los intelectuales críticos argentinos en su relación con la muerte. A eso me refiero cuando hablo de la falta de tragicidad. Parecería que hoy la consigna es: calmémonos. Un enfriamiento respecto de la pasión, de la exasperación, de la dramaticidad que predominó en el espacio social, en general, y en el campo cultural durante los años setenta. Hay todo un proceso de folklorización, de trivialización, un corrimiento nítido, ¿no?, de aquello que evidentemente puede ser inquietante e incómodo. Parecería que este procedimiento es casi paradigmático. Cuando las papas queman, cuando las cosas se ponen calientes, es decir, cuando hablar de determinados temas te puede sacar llagas en el paladar, mejor optar por eso, ¿no? Calmémonos. Tengamos sentido del humor. Lo light. Pero, ¿qué es esto? ¿De qué están hablando? Una parodia. Que, además, me aburre mucho.

­¿Parodia de qué?

­ En vez de pensamiento crítico, lo que hay es una postulación de etiqueta. Ya. Seamos educados. Está bien. No hablemos de la muerte.

­¿Por qué hay tanto temor, entre los intelectuales, a caer en el discurso moral? Parecería que ponerse en ese lugar es descalificante.

­ ¡Ah, bueno, ya!.. porque es un discurso que trae aparejadas decisiones, tomas de posición y rupturas. Hasta en la facultad, cuando defienden una tesis, he escuchado decir: "Yo de esto no afirmo si está bien o está mal"... Viejo, jugate, decí. ¿A ver? ¿O vos, a la salida del cine, no decís "esta película es un desastre" o "qué bien está"? Ahí emitís juicio de valor, ¿no?, pero cuando se trata de juzgar la cotidianeidad de la política y de la cultura de este país ¿ahí te inhibís? No entiendo por qué esa escisión. Para mí, siempre los dualismos fueron sospechosos. Emito juicios de valor al salir del cine, pero cuando tengo que decir que el señor Menem me parece un miserable opto por ser cuidadosísimo. Y ya. Está bueno. Parecería que el moralismo trae aparejado riesgo, ¿no?, por lo menos de Giordano Bruno para acá, o de Tupac Amaru para acá. "Este es un moralista", dicen. ¡Joder! También ése es un juicio. Yo leo en el revés de la trama, ¿no? Todo juicio, de hecho, es un test proyectivo. ¿Usted desde dónde habla? ¿Desde la amoralidad? Es decir, usted no tiene juicios de valor, usted come mierda o come habas, lo mismo le da, digo, para hacer juicios de valor sobre los ustemas. ¡Por favor! Al que denuncia que el general Harguindeguy apañaba a los verdugos, hay que decirle: "Pero usted es un moralista". ¡Hola! parecería una especie de corroboración de una práctica neutral, ¿no? Mejor me dedico a describir. Describo infinitamente la descomposición, lo que está mal, las infracciones, de la A a la Zeta. Y paro ahí. No hago juicios de valor. Infracciones. Toda una colección. Pero, ¿y qué?. ¿Qué se infiere de todo eso? ¿Dónde se inscribe? ¿Cuál es el contexto? Digo: no hay capacidad de reflexión. De reflexión crítica, entendámonos. ¿Para qué sirve toda esa montaña de datos sobre la corrupción? Empirismo, anecdotismo: hasta ahí llega la cosa. ¿En qué estamos? No hay capacidad de abstraer, de teorizar. Se anecdotiza la corrupción. Puro folklore. El problema no es el señor... ¿cómo se llamaba?... Vicco. Ni los ilícitos de Zutano o Perengano. El problema es plantear una hipótesis de trabajo. Porque, ¿cuáles son los ejes de todo eso, la estructura que lo hace posible?

[...]

­Pero si el signo de la época es la domesticación de los intelectuales, como vos decías, la falta de crítica... ¿entonces qué?

­¡Ah, bueno! Es que ésta es una situación que se ha reiterado a lo largo de la historia. ¿O vos creés que es una novedad esto de los inteletuales englutidos? ¿A ver? Hagamos un repaso. Digo: para no caer en una sensación milenarista, ¿no?. En este país, para no abundar, podríamos hablar de Lugones. ¿Si? También era un intelectual proveniente de la izquierda que fue englutido por el sistema, con el señor Quintana o con el señor Uriburu. Quiero decir: ni tanto ni tan poco. ¿Y Sarmiento? Hablemos de Sarmiento, el intelectual crítico de 1840 y 1845 que , en el año 1879, se convierte en un defensor de los aspectos más reaccionarios del sistema instaurado con motivo de la campaña del desierto. ¿Eh? ¿Qué tal? Y en ese momento, no nos olvidemos qué significó el pasaje de la Revolución Francesa a la Restauración. Cómo fue vivido eso por los intelectuales críticos franceses. ¡Otra que la Unión Soviética! Para seguir con el recorte argentino: ¿y Marechal? ¿Cómo era visto Leopoldo Marechal en el año 1946, cuando estaba al frente de... creo que era la subsecretaría de Cultura... por gente que había sido amiga de él antes del '45?. Digo, para relativizar ¿no?. Hablar de esa época. Ahí hubo intelectuales como José Gabriel, César Tiempo y otros más, que se pasaron con armas y bagajes al peronismo institucional, no al peronismo aguerrido, ¿eh? No, no, no: a ocupar ciertos lugares muy jodidos, muy represivos. ¿Quién se acuerda de la etapa represiva de Marechal y de los profesores que fueron echados de la universidad cuando él era subsecretario de Cultura? Ahora es una especie de santo. No sé de qué. ¿Quién se acuerda de cuando escribía en Sol y Luna, una revista de ultraderecha, y de sus manifestaciones fascistas en esos años? ¡Ja! Estas cosas hay que tenerlas en cuenta. Abdicación de intelectuales críticos ha habido siempre. Digo, para no perder el tino, ¿no? A Marechal, finalmente, yo lo conocí en Cuba. Las vueltas del mundo... ¡Joder!

Dice, pregunta Viñas. "Las vueltas de la vida", murmura, mientras va hasta la biblioteca y saca un ejemplar de Sol y Luna, donde enseguida podrá verse que, entre articulos de elogio a Mussolini, hay una nota firmada por Leopoldo Marechal. "Yo me pondría bueno y diría: un hombre confundido", exculpará después, cuando se le señale que todo eso parece dibujar la trayectoria de un oportunista. "Un hombre confundido. Quiero decir, idas y vueltas, ¿no?" Ahora se va a acordar de otras desolaciones, de la década infame, del general Justo y la corruptela de esos años. "Que era como la de ahora. Desde ya: parecidos y diferencias, ¿no?, porque entonces estaba Lisandro de la Torre en el Parlamento, y ahora ¿a quién tenemos? Quiero decir: ¿quién ocupa ese lugar?. ¡Pavada de diferencia!. Y no era un revolucionario, ¿eh?, era un hombre que venía del conservadurismo, socio del Jockey Club y toda la historia... ¡Imaginate! Pero armó, otra que escandalete, un escándalo bíblico en el Parlamento. Y cuando le ofrecieron la presidencia de la República, se plantó y dijo: No, viejo, no".

La solitudine

Ya es de noche. Afuera, detrás del ventanal del piso 13, la ciudad es casi una abstracción. En el mundo, encerrado ahora en el departamento de Córdoba y Montevideo, sólo parece existir la voz de Viñas, sus manos que van y vienen por el aire, cortando palabras, anticipándolas. Se podría hablar largamente del espectáculo de esas manos que no descansan nunca. Pero ya Viñas se ha internado en otra zona, en otras rugosidades de la historia. Pliegues oscuros donde caben la dictadura y el exilio. Y toda la locura y el dolor. Ahora Viñas se está acordando de los hijos, de sus muertos: María Adelaida y Lorenzo Ismael. "Los chicos..."­dice, y no puede seguir, y yo tampoco quiero seguir. Y apago el grabador. Después, mucho después, me va a contar que a María Adelaida la secuestraron a fines del '76, y que al varón se lo llevaron en el '79, cuando él, Viñas, estaba exiliado en España, en un pueblito llamado El Escorial, donde caía la nieve y en donde él, Viñas, se daba la cabeza contra el muro tratando de entender. "¡Qué ferocidad, hermana! Me llamó una mujer desde la Argentina, una tipa infernal de la que prefiero olvidarme, y me tiró por teléfono: 'Mataron a tu hijo'. ¡Imaginate! Pero, pará, ¿quién sos vos? ¿Qué me estás diciendo? ¡Vaya a saber qué desquite o qué desplazamiento había ahí... cómo alguien puede...! Eso fue bestial. Y de ahí todas las locuras, vieja, todas las locuras, de las cuales vos habrás ligado algún fleco, presumo... Ya antes había sido lo del Mundial, ¿no? Esa fue otra que para qué te voy a contar. Mirame a los compatriotas en la Plaza Mayor de Madrid, los exiliados, eufóricos con el campeonato de fútbol en la Argentina. ¡Joder! Ahí había que tener una capacidad muy fuerte para no tirarte al Manzanares o al río más próximo. 0 pegarte un tiro. Qué se yo... Ahí estás en una perspectiva crítica, minoritaria, marginal. Desde ya. ¿Qué vas a hacer, no?. Y después vino lo de la guerra de Malvinas. ¡Otra! En ésa, la izquierda también se metió. Yo estaba en México, entonces, y lo viví muy intensamente. ¡Paaaa!... Te encontrabas con sociólogos de izquierda, como Pepe Nun, que me dijo en su casa: 'David, no pierdas el tren'. Yo le contesté: 'Pepe, ¿y vos tomás el tren para dónde?' Mirá, viejo, esto se cae de la mata, es una manipulación escandalosa y tan evidente. Pero, ¿de qué me estás hablando?."

Años vertiginosos, dice. "Despiadados". Y viene en su recuerdo un libro de Alberto Girri: El tiempo que destruye. O que pone a prueba, reflexiona. "Sobreviví", dice, como concluyendo. Antes, mucho antes, ha hablado de los días en que no quería irse, de la gente que lo eludía por la calle, que se cambiaba de vereda, de voces anónimas que insultaban por teléfono "judio de mierda", de amigos que aconsejaban: "Andate, viejo, no queda otra. ¿O te creés que se van a olvidar de que fuiste asesor de La Patagonia Rebelde? Andate. Ya." Se fue. Julio del '76. En España y en México, un cuerpo desmaterializado, distanciado. "Como el de las putas, ¿no?, que se distancian de su cuerpo". Las manos, nerviosas, trazan un círculo en el aire. Lo cierran. "No hablemos más". Dice que de eso no hablemos más.

­¿Qué pasó cuando volviste del exilio?

­ Eso fue en el '83. Y... al volver, tenés que dar examen de ingreso, ganarte espacios, toda esa putada. Desde ya. Tenés un capital simbólico, que es más simbólico que capital. Digo, ¿no?. Y en el otro extremo, Grondona. Imaginate. Grondona en la televisión, donde no hay nadie no digamos crítico, sino levemente rezongón. Hace poco me invitó un muchacho que está en radio, al mediodía, y tiene un apellido portugués. Me empezó a hacer preguntas, pobrecito, yo me daba cuenta. El creyó que iba...que iba de peteneras el asunto. Y empecé a hablar, pero simplemente como hablás en un café, con un minimun de... qué se yo... de estilos tuyos. Pobrecito. Prácticamente decia "ajá, ajá"... y miraba todo el tiempo el reloj como pensando "saquémonos de encima este señor". Y bueno: ahí me las den todas... Desde ya, hay desplazamientos, hay nuevas solicitudes, gente que viene y que por ahi reemplaza a los auditorios consabidos. Elegis tu público. Está claro. El estilo es el hombre al cual uno se dirige ¿no?, la mujer a la cual uno quiere seducir. Ese es tu estilo ¿si? Y optás. Digo, en función del campo de posibilidades que tenés a partir de una determinada práctica, muy concreta, la práctica crítica. Ese lugar, ¿no? No sé si todos los días, pero con mucha frecuencia existe la tentación o la propuesta de reconversión, de instalarte en el sistema. Y... si se trata de acomodarse, por ahí alguna cosita podés ligar. Te jugás a esa mano. Ya. Perfecto. Un mes, dos meses. Al tercer mes, te decís: ¿qué carajo estoy haciendo yo acá?

Al tercer mes. O al cuarto. ¿Se habría hecho esa pregunta Viñas si no hubiera renunciado a la Guggenheim? Se presentó a la beca, se la dieron y después la rechazó. Alboroto en el avispero cultural y chismorreo en los cafés. "Che ¿y a Viñas qué le pasa? ¿Se volvió loco?". Muy pocos aplaudieron el gesto. Ahora, cuando recuerda el episodio, su voz se va instalando en la cólera:

­Mirá, vino a verme un periodista de un diario y me dijo que no entendía. ¡Inolvidable! Estaba ahí, sentado en ese sillón. ¡Qué no entendía! Le dije: "escuchá, es un acto simbólico, yo no tengo otra posibilidad, yo no estoy diciendo que todos los tipos que recibieron una beca son unos perversos. Desde ya que no. Ademas, me seduce. ¡Hola!, son 25 mil dólares. ¿Sabés lo que eso significa para alguien que ni siquiera es dueño del departamento en que vive?. El fulano siguió. "Pero vos, ¿qué? ¿Te considerás un héroe?", me preguntó. Y yo ahí le digo: "No, mirá, vos me confundís con Garibaldi, yo no juego al héroe. Simplemente es una actitud de un intelectual crítico. ¿Entendés eso?". ¡Qué iba a entender! No era un hecho aislado, no era que de pronto me había picado una ... una tarántula y resolvi tirar 25 mil dólares por la ventana. ¡Nooo! ­dice Viñas, truena, y es un león enjaulado caminando de un lado al otro, topando el aire­ ¡Nooo!... "Y si me apurás un poco, mirá fue un homenaje a mis hijos, se me cantó renunciar porque mataron a mis hijos. Y sí. ¿Querés que me ponga en esos términos? ¿Sabés lo que es que te hayan matado a dos hijos?", le dije al tipo que me vino a ver. ¿Sabés qué significa eso? Hay gente que no entiende, viejo. Ahora, si no entendés, querido, qué se yo, que Dios te ayude. Un homenaje a mis hijos. Me costó 25 mil dólares. Punto. ¿Querés que te muestre las fotos de mis hijos para ver por qué? ­grita Viñas, se ahoga y manotea el aire, las venas del cuello a punto de estallar.

Ha pasado el vértigo. Hay un clima raro ahora, una densidad, un cansancio infinito. Viñas ha vuelto a sentarse, se ha hundido en el sillón, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, la boca amarga. Hay algo frágil en ese rostro habitualmente poderoso. Algo desamparado. Por un largo rato nadie habla. Al fin le pregunto en qué momento decidió renunciar, si hubo un hecho puntual y él contesta que sí, que en el momento en que le otorgaron la Guggenheim salió un artículo de Petras sobre la capitulación de los intelectuales críticos y el papel que habían jugado, en este repliegue, las grandes becas. "Y ahí, no. Me pasé la película de Rodolfo Walsh y dije: no. Fue una réplica, si querés, a lo que decia Petras. Cuando me invitaron a presentarme, por sugerencia de Ricardo Piglia, yo había dudado bastante. Lo fui a ver a Ramón Alcalde, el tipo que intelectualmente respetaba más, y le pregunté: Ramón, ¿qué hago?, ¿acepto o no acepto?. El me respondió: Mirá, dentro de las becas internacionales, ésta es la más irreprochable. No te van a exigir ningún condicionamiento y a vos, que no tenés un mango, te va a venir muy bien". ¿Sabés para qué quería yo la beca?: para terminar un libro que estoy haciendo hace como cinco años y que se llama Erdosain o los intelectuales argentinos. Ese era el proyecto. Desde Lavardén, que fue el primero, hasta Walsh, con una modulación hacia el presente. Grondona y eso. Bueno. Ya. Alguna vez lo terminaré. Ahora, hermana, decime: ¿yo estaba loco, no? ¿Cómo iban a entender mi renuncia cuando las conciencias críticas de este país se habían mandado a guardar? Digo, ¿no?, para poner la cosa en foco.

Para poner la cosa en foco, traigo de vuelta el tema de la domesticación intelectual y le pregunto por los escritores jóvenes:

­¿Qué pasa con los nuevos, David? ¿Cuál es la marca?

­Y... ahí te encontrás con la trivialidad más absoluta. Lo que hablábamos, ¿no? de las luces del centro , la fugacidad del clip, de la historieta. La movida española y toda esa pavada. Desde ya. Yo no he leído los libros de éstos que han aparecido ahora, pero a veces leo lo que escriben en la contratapa de algún diario. Y bueno. ¡Pobrecitos! Yo diría: está bien, querido, viví tu vida, qué se yo, ¿cuál es tu delirio? ¡La movida española! Déle usted. Pero esto pasó siempre, ¿no?, este tipo de gilada, por lo menos. Para no hablar de Aristófanes para acá, o de Moliére para acá, decís: yo a esto me lo sé de memoria. Está bien, viva usted su vida, señor, estamos en otra, usted tiene espacio, accede a la corte, yo no tengo espacio, no accedo a la corte, yo soy un anarco que anda por el mundo. Déle. Yo estoy en otra. Lo que pasa es que... menos mal que no estamos en el siglo XVII, ¿no?, estamos en el XX y quizá sea más complejo el asunto. Pero por lo menos no me van a quemar, por ahora, como a una ...vieja loca y más o menos bruja. Por ahora. Corrés otros riesgos. Desde ya.

[...]

­Hay como una pérdida de sentido, ¿no?, una sensación de inutilidad. Digo: para el que postula una reflexión crítica en una época como ésta.

­ ¡Pero cómo! Desánimos, interrogaciones sobre para qué corno el esfuerzo intelectual. Desde ya, todo eso está ahí. El sentido te lo tienen que otorgar los otros, no hay vuelta de hoja. Ahí está la dimensión comunitaria, el punto de partida para la reflexión. No sé de otra. Lógicamente si sos ateo, ¿no? Ahí está la única recuperación posible del sentido. Los otros. Es decir, cómo te manejás en la dimensión personal. Cómo te sostenés, exigís, recomponés, en la relación con otra gente. Es una práctica intelectual que no es fácil. Desde ya. ¡Y cómo!. Digo, ¿no?, porque cuestiona, precisamente, la fragmentación y el borramiento de esa dimensión comunitaria. Y ahí las tenes todas en contra. ¡Joder! Porque la mano, del otro lado, viene muy fuerte. Bueno. Ya. Pero imaginate lo que son las modas. Cuánto duran. Habrá que ver...

Dice, y clava los ojos en la noche, más allá del balcón, donde se abre la ciudad y empieza el mundo; donde están los otros. "No es fácil", repite, con la voz ausente. "Pero hay que hacerse cargo, ¿no?, hacerse cargo".

­ ¿Y eso qué significa?­pregunto, y por alguna razón intuyo que éste será el final del reportaje­. ¿Qué quiere decir hacerse cargo? ­ La solitudine, hermana. Estar solo. Y pensar de vez en cuando en el suicidio. Si un intelectual crítico no piensa en el suicidio, por lo menos una vez al año, entonces no es un intelectual crítico. ¿Está claro?.

-Extractos del reportaje a David Viñas incluído en el libro "Rebeldes y domesticados: los intelectuales frente al poder" de Raquel Angel, Ediciones El Cielo por Asalto, 1992. © Raquel Angel.